Aire, mucho aire durante largos
tramos de la prueba que transcurría por un circuito urbano al que había que dar
tres vueltas. Tomé la salida junto a Pardi, Luismi, Rober y Redondo, peñarandinos
todos. Manolo y Ángel, los figuras del grupo, se colocaron en las primeras
posiciones cabeza, que para eso van a otros objetivos. En la marabunta inicial
perdí rápido de vista a los
compañeros y casi en los primeros
metros, en la calle Padilla, me uní a Ricardo un simpático y dicharachero
corredor local de
63 años con el que compartí buena parte de la carrera. Rápido
congeniamos, nos presentamos y comenzamos a hablar. Un ritmo de 5,10 en los
primeros kilómetros nos parecía adecuado. Es importante no dejarse llevar por
las ganas y refrenarse al principio. Tanto Ricardo como yo compartíamos ese
pensamiento. Tras los primeros 5 ó 6 Km. el cuerpo se calienta y sin darte
cuenta comienzas a rodar más deprisa. Dejé a Ricardo y a Redondo que se
marchasen unos metros por delante pues me parecía aún muy pronto para
incrementar el ritmo. En alguna zona pude ver como a un minuto por delante a
Rober y a Pardi, pero aquí cada uno tiene que ir a lo suyo y buscar compañía en
corredores que van a la misma marcha. Me uní a un simpático grupo de jóvenes de
Tordesillas, que escoltaban entre risas y bromas a una chica guapa y morena y
participé de sus chistes durante 6 kilómetros más o menos. Me resultó muy divertida
esta parte del recorrido a pesar del fuerte viento que nos frenaba y nos iba
poco a poco limando las fuerzas. Dos de ellos decidieron incrementar el ritmo a
5’ y me fui a su encuentro. Pude alcanzar de nuevo a Ricardo (Caito) y me uní
de nuevo a la animosa conversación de este medinense al que conocían hasta los
gatos. Todo el mundo le daba ánimos por su nombre y a todo el mundo saludaba.
Un personaje popular, sin duda. Me hizo gracia el que debía ser su carnicero,
que le espetó a voces: ¡Vaya vergüenza
Caito. No te vuelvo a vender un filete como no cojas a esos de ahí delante. Y
ni se te ocurra decir que me conoces! El aire nos seguía castigando duramente cada
vez que salíamos a zonas más abiertas. Decidí no mirar el reloj y seguir a un
ritmo cómodo con mi compañero de fatigas. Al tran
tran, dejamos atrás a Redondo, nos encontramos a Pardi andando a la altura del primer paso por el estadio. Dijo
que no seguía más. Echamos mano a Rober al que el fuerte viento le estaba pasando factura. Igual que a todos. Me hubiese gustado
acelerar un poco y correr unos kilómetros por debajo de los 5’, pero dadas las
circunstancias, no era mala cosa poder mantener el ritmo. En torno al Km.18, mi sociable compañero se quedó
hablando con un grupito de paisanos al que acabábamos de pasar y me dijo que iba
a bajar un poco el pistón. Lo cierto es que desde la mitad de la carrera no
paramos de adelantar corredores que iban notando en el cuerpo el paso de los
kilómetros, el azote del aire, las cuestas del circuito y las excesivas
alegrías de la primera vuelta. Yo
también comenzaba a notar la fatiga en las piernas, y agradecí mucho a
Fernando, un compañero del club que correría al día siguiente la Maratón de
Madrid, sus gritos de ánimo en el último kilómetro. Me gustó entrar en el estadio y ver la meta a
200 metros. Pude parar el crono en 1,
48’ 31”, lo que supone un ritmo medio de 5,09 y rebajar un minuto la marca de
León, lo que no estuvo nada mal para una carrera que se hizo bastante más dura
que lo parecía sobre el papel.
Cuando estaba quitándome el chip llegó el amigo Caito, nos dimos un abrazo y nos emplazamos para la próxima, aunque me hizo saber que él solo corre en su pueblo. Al poco de llegar me enteré que Luismi había hecho un carrerón, al igual que el gran Manolo González, segundo en su categoría, a pesar de correr con el glúteo tocado y que Ángel había tenido que abandonar en el kilómetro 15. El momento emotivo de la jornada fue la llegada de Loli, que terminaba su primera media, casi exhausta, pero con una cara de satisfacción y una alegría que compensaba todo el sufrimiento.
Cuando estaba quitándome el chip llegó el amigo Caito, nos dimos un abrazo y nos emplazamos para la próxima, aunque me hizo saber que él solo corre en su pueblo. Al poco de llegar me enteré que Luismi había hecho un carrerón, al igual que el gran Manolo González, segundo en su categoría, a pesar de correr con el glúteo tocado y que Ángel había tenido que abandonar en el kilómetro 15. El momento emotivo de la jornada fue la llegada de Loli, que terminaba su primera media, casi exhausta, pero con una cara de satisfacción y una alegría que compensaba todo el sufrimiento.
El circuito, más ondulado de lo
que me había imaginado y feo, puesto que
transcurría durante muchos kilómetros por polígonos industriales y zonas
periféricas. El fantástico castillo de
la Mota, monumento emblemático de la ciudad,
sólo se veía a lo lejos desde un
pequeño tramo del recorrido, justo antes de acceder al estadio y para eso, únicamente la parte superior de
la torre del homenaje, que con sus 40 metros de altura es la más alta de toda
Castilla. Desde aquella distancia no puedes ni siquiera adivinar su elegante
silueta de ladrillo mudéjar. En monumentalidad, nos tuvimos que conformar
con la salida y las dos pasadas por la espléndida plaza de esta villa, a la que
accedíamos a través de la Casa de los Arcos
y en la que entraría sobrado un estadio de fútbol. Me he tomado la molestia de medirla en el
SIGPAC y ocupa una superficie de 1,2 hectáreas. He pasado en ella muchas mañanas
de domingo, acompañando a mi padre a “hacer el mercado”, que en su oficio de
comerciar con cereales y alfalfa, consistía básicamente en reunirse en la plaza
con agricultores, corredores y tratantes de la zona, para intentar comprar buen
género al mejor precio posible. La charla era el instrumento de trabajo, y la
palabra dada el único contrato. Los
corros se formaban bajo los soportales, preferentemente. O en los bares de la
plaza, el Mónaco, al que siempre escuché pronunciar sin acento, o el Gloria, en
los que se cerraban muchos tratos con un vaso de verdejo, o con un rancio de
Nava del Rey, no en vano Medina es cabecera administrativa de una tierra de
grandes vinos, Rueda, La Seca, Serrada…. Mientras esperaba el pistoletazo de
salida, evocaba aquellos momentos y recordaba con cariño a mi padre, fallecido justamente hace tres años.
Recuerdo de aquella época un
monumento en la plaza dedicado a la letra de cambio y que ha desaparecido tras
la remodelación de este espacio, que fue escenario de las más potentes ferias
europeas del tardomedievo, ya que desde aquí se comerciaba toda la lana
castellana que abastecía la pujante industria textil de Flandes, desde dónde
volvía a España manufacturada en forma de brocados, paños y finas sábanas de
Holanda. Desde aquí tenía su centro de operaciones Simón Ruiz, comerciante que
acabó siendo prestamista de la corona y personaje de gran influencia económica
y financiera en el siglo XVI. Y es que Medina se encuentra enclavada en un
territorio que un día fue el centro neurálgico de la corona de Castilla, que
dominaba medio mundo, pero que mantenía en la miseria a las gentes de estas
tierras.
Nada más salir de la plaza, el
recorrido atraviesa la calle Padilla, que lleva el nombre de uno de los
comuneros que perdieron la cabeza en Villalar, allá por el año 1521, y que
viene al caso porque en el momento de escribir ésta crónica (23 de abril)
estamos conmemorando su 491 aniversario. Fue Medina, a la sazón, una ciudad
comunera que negó las piezas de artillería a Ronquillo, un imperial que había
puesto sitio a Segovia. Ronquillo en venganza, incendia la ciudad. Estamos en
1520 y me resulta agradable trotar por esta calle, que hoy es la más importante
de Medina. Al paso por la calle de
Padilla giré la cabeza para tratar de atisbar si aún continúa abierto el bar
Geli, en una calle lateral, en el que se comían, o se comen unos deliciosos pescuezos de pollo fritos y
un poco picantes, que no quería dejar de volver a probar en caso de tener
ocasión. De momento, a correr y a guardar fuerzas que la carrera es larga y da
tiempo a todo: a sentirse bien, a encontrarse mal, a venirse abajo, a hablar, a
reír y a sufrir. La buena organización nos facilitó mucho la vida en los puntos
de avituallamiento, en los que no faltaban esponjas para enjugar el sudor, agua
para refrescarte y deliciosas rodajas de limón y de naranja que mi boca reseca
agradeció infinito. Es la primera vez que veo este detalle en una carrera y la
primera vez también que llego al agua caliente de las duchas. Sólo por eso
merece la pena volver. Bueno, y por saber si el carnicero le ha seguido
vendiendo los filetes a Caito.
21 de abril de 2012
Dorsal : 416
Posición 35 de mi categoría
1,48’31” Tiempo Real.
Ritmo: 5’ 09”