miércoles, 19 de diciembre de 2012

Navalmoral, una media con cara de entera

El agua de las duchas estaba fría, a juzgar por los asparabanes que hacían los que ya estaban dentro, pero el caso es yo apenas lo noté, seguramente por el calentón que llevaba encima tras haber concluido la carrera más dura de aquellas en las que he participado. Ni sensación, oye. Es más, tras la primera impresión, aguanté las ganas de retirarme del chorro y me recreé en la suerte, gozando de una ducha larga y abundante que me reactivó la circulación y me quitó la sensación de frío durante todo el día. Quitarte el sudor de encima, ponerte ropa seca y salir del vestuario limpito y reluciente es una de las sensaciones más gratas que tiene este vicio de correr por los caminos. La otra, que no le va a la zaga, es dejar de correr cuando cruzas la meta.


En esta ocasión hice caso a los sabios consejos de Juan Bueno y de Manolo Opel y salí ligero de ropa, eso sí, con una braga al cuello por si acaso había que proteger la boca y la cabeza cubierta para tapar la ausencia de cobertura capilar y evitar la pérdida de calor, aunque en honor a la verdad, la temperatura en la salida era de unos 14º, nada comparable al diciembre estepario de Peñaranda, pero con cierta sensación de frío debido al aire en contra que nos fue limando las fuerzas durante los primeros 10 kilómetros. En alguna ocasión incluso, brilló el sol y percibimos una clara subida de la temperatura. Desde luego, me sorprendió ver un par de naranjos cargaditos de fruta, y un prado con pequeñas flores amarillas, lo que nos indica un clima mucho más benigno que el que nosotros sufrimos habitualmente. Un dato: Navalmoral tiene una altitud de 291 m. mientras que Peñaranda está a 900. Tenía ilusión por venir a esta carrera ya que se daba la feliz circunstancia de que nos juntábamos prácticamente todos los miembros del equipo para hacer juntos el viaje, comer y pasar el día, por lo que no me importó en absoluto el madrugón, ya que cuando llevas buena compañía se disfruta cada momento. Así fue. En el autobús aparecieron unas cajas de pastas, que tuvo el detalle de llevar José Luis Martín, y una botella de orujo de hierbas, aportación de Rony, con sus vasos de chupito y todo, para brindar por una carrera sin contratiempos y calentar el ánimo, que parecía algo decaído viendo la lluvia caer, mientras atravesábamos de vez en cuando densos bancos de niebla que nos hacían presagiar un día gris, tristón e invernizo. No fue así. Para nada. Temperatura ideal para correr, con viento frontal molesto como he dicho, durante una buena parte del recorrido. 




Llegó la hora. 15 peñarandinos en la salida, cada uno con sus propias inquietudes y sus objetivos particulares. Unos con la intención de rebajar tiempo, otros con la de ganar en su categoría, alguno pensando en rivales de nivel similar, otros en acabar enteros y a ser posible con hambre. En esto, al igual que en otras facetas de la vida, cada uno va a lo suyo, pero no en el sentido peyorativo, no, ya que hay pocos deportes en los que la solidaridad y el compañerismo entre rivales se muestre de forma tan evidente. Aquí alientas a quien va sufriendo un calvario y le acompañas un trecho dándole ánimos, o intercambias comentarios y conversaciones. De hecho, yo lo he convertido en una costumbre y suelo pegar la hebra con corredores a los que me unen las circunstancias de la carrera. Eso me ha permitido conocer gente muy interesante con la que espero volver a coincidir en otras ocasiones. Es el caso de David Oliver, con el que me junté en torno al kilómetro 14 y en cuya compañía hice la última parte de la prueba en animada charla. 

  

Era su primera media, aunque ya había corrido la maratón de Madrid. Al igual que yo, converso tardío en estos esfuerzos deportivos, y también encantado de haber comenzado con esta afición. Lleva perdidos 40 kilos, me dijo, para contento propio y entusiasmo de su mujer. Yo tan solo he perdido 2 arrobas, pero sé perfectamente de lo que me hablaba David. En estas y otras disquisiciones fuimos acoplando el paso y acercándonos a la meta, que como siempre, se hace de rogar. Pero no es posible que ya esté llegando al final aquí, con lo larga que se me hizo allí. Claro, 21 kilómetros, son muchos metros, sobre todo si el trazado es de los que te pone a prueba el corazón y te deja las piernas machacadas. 

 

Digamos que desde el kilómetro 3, en el que comienzas a subir, hasta el 15, es una rampa continua con tan solo dos pequeños tramos de descanso, y varios cambios en la pendiente que te rompen el ritmo y te dejan madurito para afrontar la siguiente cuesta. Y menudas cuestas. De esas de varios kilómetros en las que no parece llegar nunca el final. El caso es que al principio nos las prometíamos muy felices, con la adrenalina a tope y en desnivel favorable. Los primeros cinco kilómetros no hacían más que pasarme corredores. Yo llevaba un ritmo de 4,55’ con buenas sensaciones, pero decidí aflojar en la seguridad de que no sería capaz de seguir así hasta el final. En cualquier caso no llevaba ninguna intención de averiguarlo, por lo que me puse a la altura de un grupo de atletas de D. Benito, uno de los cuales había estudiado filosofía con un peñarandino al que conozco. Trabamos charla sobre Sócrates, sobre Kant, sobre el racionalismo cartesiano, las posibilidades profesionales de las humanidades y otras fruslerías filosóficas propias de las medias maratones. Yo llevaba en el punto de mira a Rober y a Pifo, a los que les mantenía la distancia en torno a 100 metros por delante. El filósofo se iba quedando rezagado de su grupo y pegó un acelerón para echarles mano. Yo decidí seguir a mi aire y continuar charla con un talaverano que iba casi emparejado conmigo. Paisajes de encinas, paso por algún pequeño pueblo, cerdos ibéricos, zonas de monte acotadas para el adiestramiento micológico de perros, cuestas interminables. Ahora hace calor, en cuanto se ha quitado el aire. Rober y Pifo han desaparecido de mi vista, pero no quiero mirar el reloj, iré a lo que me deje el resuello y me permitan las piernas. El caso es llegar y hacerlo razonablemente entero. Ahora no hago más que adelantar personal, entre otros al filósofo de Don Benito. Hay quien ha decidido tomárselo con calma y subir andando alguna de las rampas. Llevo dos tercios más o menos, por lo que tan solo hay que aguantar un poco más y luego disfrutar de la bajada, ¿no te parece?, 

- Así es. Me llamo David. 
 -Yo José Luis. Encantado. 

Ya en las calles de Navalmoral veo a Rober de nuevo. Parece que va fundido. Tanto es así que llego rápido a su altura: - Vamos Rober, engánchate que queda poco. - Tira, tira tú. Llegando a una rotonda, el trazado vuelve a empinarse y me entran ganas de parar a insultar a alguien, pero ya hace un poco que hemos atravesado el arco del último kilómetro y al final de la calle aparece el cartel de 250 metros. Último esfuerzo oyendo los gritos de ánimo de Nieves y Leila. Hay que entrar sonriente, por si hay foto…. Paro mi crono en 1, 46’45”, mi mejor tiempo en una media, que se me hizo entera por su dureza y eterna por sus cuestas, pero bonita y entretenida, por el recorrido y la compañía. Menos mal que a la llegada nos esperaba un hermoso bocadillo de jamón, zumos, yogures, bebida isotónica, frutas, en fin, un avituallamiento a la altura del esfuerzo. Fantástico, sí señor. Un buen preludio de lo que nos espera en los Arcos de Baram: migas y caldereta para reponer energías. 



Juan nos espera con el maletero del autobús abierto a menos de 100 metros de la llegada, cojo la mochila y me dirijo al pabellón, en el que alguno incluso ya se ha duchado y cambiado de ropa. Zubiri tumbado a la larga me tiende la mano. Parabienes, felicitaciones, otra más al morral, ha sido más dura de lo que parecía, joder con la media, no vuelvo y comentarios por el estilo. En la ducha me entero por Fernando que los servicios médicos están atendiendo a Zubiri. Al parecer una bajada de azúcar, sin mayores consecuencias, a no ser que le quitó el apetito y le tuvo desganado y visitando el servicio durante toda la comida. Adri, algo parecido, con un posible corte de digestión tras la ducha de agua fría y el esfuerzo de correr una media maratón a menos de 4’. Vaya máquinas. En este punto no puedo mejorar la crónica del gran Zubiri, o sea que me conformaré con citar a los compañeros por orden de llegada a la meta:
Manuel González, 1,23’01”
Adrián Carabias, 1,24’21”
Edu de la Peña, 1,24’53”
Álvaro Hernández, 1,26’54”
Manolo González, 1,29’32”
Fernando Torres, 1,33’25” ; José Luis Martín, 1,33’34”
Juan Antonio Santos, 1,42’56”
Pifo, 1,44’52”

José Mari de Castro, 1,38’19”
Álvaro Bernal, 1,37’21
Roberto Macías 1,47’42”
1,46'45". Mi mejor media
Manuel González, 1,23’01” ; Adrián Carabias, 1,24’21” ; Edu de la Peña, 1,24’53” ; Álvaro Hernández, 1,26’54” ; Manolo González, 1,29’32” ; Fernando Torres, 1,33’25” ; José Luis Martín, 1,33’34” ; Chiri, 1,35’53” ; (Lo siento Chiri no he encontrado una imagen tuya, solventaré la deuda en cuanto la tenga),  Álvaro Bernal, 1,37’21” ; José Mari de Castro, 1,38’19” ; Juan Antonio Santos, 1,42’56” ; Pifo, 1,44’52” ; Roberto Macías 1,47’42” ; y yo mismo.  

Estoy orgulloso de todos ellos, pero no por sus tiempos espectaculares, ni por su capacidad de sufrimiento, ni siquiera por su afán de darlo todo en cada carrera, si no por ser fantásticos compañeros, solidarios y pendientes de los demás y con las ideas claras sobre cuáles deben ser las prioridades cuando alguien lo necesita. Todo un ejemplo, aunque se explayen en la ducha y no dejen agua caliente para los que circulamos con motor diesel. Pero ya os pillaré comiendo, ya…. 


NOTA: Todas las imágenes que ilustran este post, han sido obtenidas de la página de www.tortugasveloces.com