En tiempos pretéritos, cuando las
tierras se labraban con animales, los bueyes, a pesar de ser más lentos que las
mulas, podían aguantar mucho más tiempo que ellas trabajando la tierra y su
labor era más uniforme, sobre todo en terrenos recios. Hubo un tiempo, en mi juventud, que trabajaba
los veranos con mi padre. Eran trabajos duros, asociados al campo y a la
recolección, de esos que de no ser por la edad, te inhabilitan para salir de fiesta. El vigor
juvenil daba para ambas cosas a pesar de que al día siguiente había que cumplir
en el tajo, casi de sol a sol. No
importaba, yo lo hacía sin rechistar. Ahora bien, en el momento que alguien me venía con prisas y me atosigaba para terminar antes, lo único que conseguía era sacarme de punto y enfadarme. Además me cansaba rápido y tenía que pararme continuamente, por lo que el
efecto era justo el contrario al deseado. Mi padre, que me conocía bien, decía:
-Si le dejáis a su ritmo, irá
despacio, pero ni parará ni levantará la cabeza. Este muchacho mío es
como los bueyes.
Ayer, corriendo por las calles de
Badajoz, recordaba estas palabras. Mi única posibilidad de terminar la carrera
pasaba por ser como los bueyes, lento pero resistente y seguro. Y esa fue la estrategia que me planteé de
cara a mi primer intento de terminar una maratón. No es fácil contenerse durante los primeros
kilómetros, cuando la adrenalina, el buen estado físico, la marcha de los
demás, el ansia de acabar y las ganas de correr, tiran de uno. Saber medir el
ritmo que le conviene a tu condición física y mantenerse en él puede resultar
esencial para llegar a la línea de meta, aunque tampoco se pueda afirmar que
eso sea garantía de nada. En mi caso, tan
importante como el ritmo, resultó la compañía. Impagable. Recuerdo algún episodio ciclista en
el que un emergente Induráin, sacrificaba su posición por acompañar y ayudar a
su jefe de filas, que no era otro que Perico Delgado, que en el declive de su
carrera andaba bastante más justo de fuerzas que su genial gregario. Me suena
que esto ya lo he comentado en otra ocasión para ponderar al gran Zubiri, que
ha vuelto a ser una vez más mi acompañante de lujo, mi compañero inseparable,
mi fiel escudero, mi animador incansable. Somos ya muchos los beneficiados de
la generosidad de Jose Mari de Castro, que encuentra más satisfacción en ayudar
a los compañeros que en bajar sus propios tiempos. Se adapta a tu ritmo, te da
consejos, te coge el agua, te espera, te alienta, te abre las barritas que se
resisten, te habla, te mira para ver si necesitas algo o vas sufriendo, en fin,
que el que tiene la suerte de correr con él, tiene la seguridad de que hay
alguien a su lado que va a hacer todo lo posible por hacerle el camino más
fácil. Estoy por proponer sacarle en procesión durante esta Semana Santa. Yo me
apunto como costalero para llevarle en andas.
Esa misma solidaridad la he vivido con todos los compañeros de
entrenamiento en esos días en los que la
auténtica motivación para salir a correr es la compañía y el buen rollo que se
disfruta en este club. Hablo de Edu, de Pardi, de Adri Carabias, de Mako, de
Gonza, de Rony, de Bernal, de Jose Paradinas, de Pepe el canario, de Alberto,
de Adri Morales… Ahí reside parte del hecho de que los 7 miembros del club que
lo hemos intentado en esta ocasión, hayamos concluido con éxito nuestra
aventura, puesto que lo realmente duro es salir a entrenar con un frío de mil
demonios, o cuando el tiempo amenaza lluvia, o comienza a nevar, o te pilla una
granizada, en fin, todos esos días en los que lo más sensato sería quedarse en
casa. Porque el día de la carrera, lo
que sobra es motivación y ganas de correr. Al menos al principio, porque a
medida que pasan los kilómetros, las piernas se van cargando y las ganas de
correr se sustituyen por las ganas de acabar, en el mejor de los casos, o
directamente de parar y dejarlo todo, en
los ratos más peliagudos.
Creo que todos estábamos
ilusionados con esta carrera, ya que la primera maratón es algo especial para
cualquier corredor, y en este caso éramos cinco los que nos estrenábamos en la
distancia, pero además significaba una salida de convivencia entre nosotros. Puedo
decir que en ambas facetas hemos regresado colmados: Todos pudimos acabar, y
nuestros lazos personales han salido muy reforzados. Comidas compartidas, agradables paseos,
cañitas por aquí, unos vinos por allá, charlas, bromas, risas e incluso algún
momento de nerviosismo que acabó diluido en vino. Badajoz, muy agradable como
ciudad. Lo cierto es que no esperábamos nada de ella a nivel urbanístico y artístico
y acabamos gratamente sorprendidos por rincones realmente bonitos con regustos
árabes, andalusíes y una magnífica alcazaba que nos habla de su pasado fronterizo.
En lo deportivo,
nos encontramos con una carrera poco concurrida, 707 inscritos, en relación con
otros eventos de esta naturaleza en los que hemos podido participar, pero con
una buena organización: Visita guiada por la ciudad, comida de la pasta la
víspera de la carrera, gratuita para los inscritos, bolsa del corredor y los
servicios habituales en la zona de meta. El tiempo prometía lluvia durante toda la
mañana. Personalmente estaba “acojonado” pensando en lo que significaría correr
durante cuatro horas con lluvia, principalmente por el peso de la ropa empapada
y por el roce que produce en el cuerpo, o sea que me pertreché de chubasquero
atado a la cintura, por si las moscas, y me embadurné con vaselina todas las
zonas susceptibles de escocerse. En la
salida, los siete hicimos una piña para desearnos suerte y buena carrera. Es difícil describir estos momentos previos
al pistoletazo. Tienes nervios, la adrenalina no te deja parar, estás deseando
de comenzar, pero de lo que verdaderamente tienes ganas es de terminar. Es
importante serenarse, tomarse las cosas con calma, respirar hondo y no pensar en
lo que queda por delante, simplemente concentrarse en el momento y disfrutar de
él. Desde luego para mi ya suponía un éxito impensable haber podido llegar
hasta la salida de la prueba reina del atletismo. Mis posibilidades de realizar
una maratón eran las mismas hace unos años, que las que tengo hoy de subir a la
luna; el que me conoció lo sabe, o sea que a disfrutarlo.
Comenzada la carrera, el grupo se divide: por
un lado Zubiri y un servidor, rodando más lentos y por otro el resto, a los que
pudimos mantener en nuestro campo visual durante los primeros kilómetros.
Rápidamente Pardi se despegó del grupo y comenzó su batalla individual por completar
la carrera y además hacerlo en menos de tres horas y media. La primera vuelta
la hicimos sosegados y tranquilos, disfrutando y buscando buenas sensaciones.
Lo cierto es que llegamos a la media maratón con fuerza en las piernas, el
ánimo intacto y con ganas de seguir corriendo, sobre todo después del abrazo que
me dio en el Kilómetro 20 mi amigo Isidoro, responsable de las bibliotecas
públicas de la provincia de Badajoz y que me esperaba con el propósito de apoyarme
y mostrarme su apoyo. Me lo prometió y no faltó a su palabra; menudo es el
comandante Bohoyo. Al poco, dejamos de
ver a los corredores que iban delante de nosotros, parecía que se les hubiera
tragado la tierra. Al volver una esquina, gente de la organización nos miró con
sorpresa puesto que no se esperaban ver aparecer a nadie por esa calle. Lo que
sucedió es que hicimos el circuito destinado a la segunda vuelta, unos 400
metros más, que hubiésemos agradecido de menos al final. Todo fue transcurriendo sin novedad: Bebida
en todos los puestos de avituallamiento, barrita energética cada 10 km, y
parada técnica a mear en el 25. La temperatura ideal y el cielo nublado pero
sin lluvia. Así fuimos hasta el kilómetro 30, en el que el tiempo optó por
mostrarnos su otra cara: El diluvio comenzó mientras atravesábamos el Puente de
Palma, con buenos truenos de fondo. Ni
me molesté en ponerme el chubasquero. Rápido se encharcó la calzada y en
algunas zonas el agua nos cubría las zapatillas, pero lo cierto es que la
lluvia nos dio bríos y nos marcamos unos kilómetros a ritmo vivo en los que
fuimos gozando de correr y del agua que apenas sentíamos, disfrutando de
adelantar atletas, recreándonos en el hecho de encontrarnos con fuerzas a pesar
de los kilómetros transcurridos, sintiéndonos grandes, pletóricos, aunque las
piernas comenzaban ya a resentirse. Esa sensación por si sola ya compensa el
esfuerzo de tantos días. Era fantástico correr bajo la lluvia encontrándote
mejor que en la salida tras haber cubierto treinta y tantos mil metros.
Fue en el 38. De repente. Comencé
a notar las piernas duras y cada paso me costaba un gran esfuerzo. Notaba que no podía mantener el ritmo y
advertí a Zubiri que aflojara el paso. Ni con esas. El flato también hizo acto
de presencia. Nunca me había pasado. Respiré hondo varias veces. Una pequeña cuesta abajo me ayudó a recuperar
un poco. Lo cierto es que de respiración iba bien, no era ese el problema, eran
las piernas que pedían una tregua. No pensaba dársela. Estaba claro que si
había llegado hasta aquí nada iba a detenerme. Por delante, apenas tres kilómetros, interminables, eternos;
se olía la meta, la gloria estaba al
alcance de los dedos. Avanzar era mi único pensamiento. No puedo recordar si seguía lloviendo o si ya
había parado. Total, íbamos calados hasta los huesos, pero no me sentía mojado.
Sólo recuerdo a Zubiri dándome ánimos. ¡¡¡Vamos, vamos, que ya está hecho, lo
tenemos ahí!!! Ya se veía la silueta del Puente Real. Último kilómetro aún.
Avanzar cada metro es un trabajo de voluntad, porque las fuerzas se han acabado
hace un rato. Encaramos la recta final. Ya no duele nada, tan solo piensas vas
a culminar un sueño, que lo has conseguido. Venía emocionado desde hacía un rato y cuando
vi a Carmen, a Almudena, a Rosa y a Leila, que nos jaleaban unos metros antes
de la meta, me salían a la vez las risas y las lágrimas y me sentía como nuevo otra
vez, como si acabásemos de empezar. Zubiri el Grande, me cogió la mano y atravesamos
juntos la meta mientras oíamos nuestros nombres por megafonía. Si no es porque me tiene agarrado,
levito. Abrazos, besos, más risas, más lágrimas y una enorme
alegría interior. El delirio.
Qué rica sabe una ducha de agua
caliente, a pesar de que al acabarla aún nos espera el cambio de la rueda del
coche de Zubiri, que se reventó aparcando.
No pasa nada. Total, todos hemos acabado lo que veníamos a hacer. Estamos
juntos de nuevo los siete magníficos. Nos abrazamos, nos felicitamos, nos
referimos los buenos y los malos momentos, las anécdotas. Rony se ha hecho su primer maratón en 3:30,
fantástico, porque además ha ido a más durante el último tramo y no ha conocido
el muro; Pardi, tiene el enorme mérito de haber ido solo durante toda la
carrera, por lo que su gran proeza no es tanto haberla terminado en 3:33, como
ser capaz de tener la fortaleza mental para seguir adelante en los momentos
duros, en los que le tocó parar a estirar debido a ciertas molestias en los
muslos; Edu y José Luis entraron juntos
en 3:37, este último en plena remontada tras su crisis del kilómetro 32, Edu
más constante y sabiendo regular sus fuerzas durante la carrera, pero sabiendo
sobreponerse a los malos momentos; Álvaro Bernal, que corría su segunda
maratón, estaba pletórico y feliz con su 3:48. Es de esa condición. El bueno de
Zubi y yo llegamos en 4:04, aunque él podría haber estado en meta media hora
antes. Lo importante es que todos supimos aguantar el sufrimiento, concluir la
carrera y sacar conclusiones personales de cara a la siguiente. Yo no me la pierdo.
Apostilla: La experiencia vivida
nos ha enriquecido como personas, como corredores, como amigos, como grupo. La
maratón comenzó el sábado a las 9 de la mañana, cuando nos montamos en los
coches para iniciar el viaje y no terminó hasta 37 horas después, al regresar a
casa. En algún caso de forma literal, puesto que mi tocayo no pegó ojo durante
la noche y yo apenas pude dormir un par de horas. El ánimo que hemos recibido
de nuestras mujeres, Almudena, Rosa, Leila y Carmen, que han querido
acompañarnos en una experiencia única para nosotros, sólo podremos
compensárselo volviéndolas a invitar a compartir con nosotros muchas más. Muchas, muchas, muchas gracias por las
esperas, por los ánimos, por aguantar la lluvia, por los madrugones, por
aburriros con el monotema sin reprocharnos nada, por acompañarnos, por estar de buen humor, por
llevaros bien, por no quejaros, por hacernos felices.