miércoles, 22 de enero de 2014

Paradinas se supera



El que piense que correr cuesta mucho trabajo, que pruebe a escribir y verá lo que es la pereza. Menos mal, que tanto en una tarea como en otra, empezar es lo más difícil. Una vez que arrancas, luego la cosa va funcionando aunque sea poco a poco. Ya lo refiere el dicho popular: El comer y el “arrascar”, es cosa de empezar, que en este caso podríamos sustituirlo por, El correr y el narrar, es cosa de empezar.



El caso es que he tenido que hacer un esfuerzo de autodisciplina para sentarme a escribir la crónica de la carrera del Roscón de Paradinas. Y lo he hecho, porque la organización lo merece, y desde luego lo merece Esther, madrina de esta cita deportiva, y los voluntarios, y la cantidad de personas solidarias que adquieren el dorsal 0 de la carrera, y el pueblo, que se vuelca con los atletas, y lo merece una carrera, que en tan solo dos ediciones nos ha demostrado que puede ser un referente en hacer bien las cosas. Además,  Paradinas no es una carrera más: está asociada con la AECC y eso ya debería ser suficiente, pero es que además la tenemos al lado de casa, por lo que salvo causa de fuerza mayor, no pienso dejar de acudir mientras se siga organizando.  Además, para mí, personalmente, cuenta con una peculiaridad puesto que debo ser el único corredor que ha participado en las dos ediciones de la carrera con la misma edad, 50 años.  A poco sagaces que sean mis lectores averiguarán, sin duda, la fecha de mi cumpleaños. 
 
Como os digo, me gusta la Carrera del Roscón de Paradinas. Me gustó mucho el trazado de la primera edición  saliendo a los caminos pero quiso este año la lluvia, dejarlos intransitables y no le quedó más remedio a la organización que modificar el recorrido y llevarnos por la carretera que une Paradinas con Zorita, para volver de nuevo hacia atrás con el aire en contra refrescándonos la cara. Hizo frío, mucho frío, pero no más de lo previsible para la primera semana de enero en plena estepa castellana. El frío intenso no deja de ser un problema para los corredores. Calientas, te vas quitando ropa, pero unos minutos antes tienes que quedarte con la que vas a correr y por estos pagos, esos momentos son suficientes para volver a quedarte helado. Afortunadamente he descubierto las camisetas térmicas que no molestan cuando corres, evitan rozaduras y te mantienen caliente tanto en los momentos previos de la salida como en carrera, y si no has sudado mucho, también a la llegada.  
Una de las cosas que distinguen a la carrera del Roscón es que te sientes protagonista desde que llegas al pueblo por la carretera. Ya en el cruce encuentras los primeros voluntarios que te van indicando los lugares para aparcar, y luego para resolverte cualquier duda, o para guiarte y darte ánimos durante la carrera, o para atender el guardarropa, en fin, que ese es un mérito que hay que agradecer a la organización y sobre todo, a la gente de Paradinas.

La organización, además de solidaria es generosa con los corredores. Ofrecernos unos refrescos y unos pinchos es todo un detalle, al que por poner alguna pega, diré que le faltaba el vino. Algunos de los que corremos gastamos de ese combustible, más rico, más sano y más alegre que cualquier refresco, sin duda alguna, pero lo dicho, no es una crítica. Faltaría más. Los corredores pagamos 5 €, y recibimos a cambio una camiseta, un pequeño roscón de reyes, una pieza de fruta, un par de bollos, un refresco, bebida isotónica a la llegada y el refrigerio post carrera, amenizado en esta ocasión por unos dulzaineros de excepción, Hermógenes y César, acompañados al redoblante por José Luis “El Bure”.  No los había oído, pero me gusta como tocan. Lo mismo me animo y me uno a mi amigo Edu y al Pardi, para formar un trío de dulzaina para dar la alboreada en las fiestas de verano de los pueblos. Ya veremos. Pero a lo que iba. Me encantó estar un buen rato con mi amigo Antonio, que me suministró un bocadillo de tortilla para que recuperase fuerzas y con el padre de Esther, su consuegro, que creo es natural de Paradinas. No pude apenas estar con mis amigos del club, pero los veía por allí, frente a mi y eso contribuía a darle a la carrera ese ambiente de familiaridad que tanto me gusta. Estaban Edu, Rony y José Luis, la sección Paradinas del grupo de atletismo. Francis, que es el D’Artagnan de los tres mosqueteros mencionados. Adri, que no corrió por lo del embarazo, pero que fue a hacernos las fotos. Lástima no haberme podido quedar a comer con ellos.  Por fin pudimos volver a ver corriendo al amigo Gonza, que con tanto máster nos tiene abandonados. También el gran Zubiri, que tiene el corazón más grande todavía, y que según Pardi corre en plan San Bernardo. En esta ocasión lo hizo acompañando a Juan Antonio “Mako”, que aunque dice que ha engordado se marcó un tiempo fantástico:  47’.  Los llevé a la vista durante toda la carrera, a 150 metros, pero fui incapaz de alcanzarlos, aunque no me importa mucho pues eso me dio lugar a ir un rato con mi habitual acompañante, Bonilla, que en esta ocasión me abandonó para hacer de escolta de María Jesús, la única fémina de nuestro club. Se conoce que se la encomendó su marido, Fernando, que también participaba en la carrera, pero que corre en otra liga. Le vi en él en el último kilómetro, cuando se volvió a buscar a su mujer.  A Pifo, a Chiri y a Rober, tan solo puede verlos cuando nos cruzamos por la carretera de Zorita, unos de ida y otros de vuelta, y a Clavo tan solo en el coche.  Me dijo que quería bajar de 45’ y lo consiguió. Hace un año podía seguirle, pero ahora no soy capaz. Yo tardé unos 20’ más que el año pasado. No creo que sea por la edad, porque como he dicho corrí con la misma que el año pasado, si no por el aire que nos castigó en exceso. Creo que entré en el minuto 48’ 32”, a 4'51'' minutos el kilómetro, que dadas las fechas, los kilos y mi trayectoria personal, no está nada mal. Lo hice en compañía de Jesús de Villoruela, al que conocí en la Media Maratón de León y con el que suelo coincidir en muchas carreras. Me da frío sólo verlo en tirantes. Esto es lo que tienen las carreras, que no solo se trata de correr, también de relacionarte, de hacer amistades y de tomar unos vinitos después, ya se sabe.  La opción B es dejar de comer matanza y eso sí que es duro. 


En esta ocasión pude llegar al agua caliente de las duchas. Al menos eso decían los que estaban dentro, pero cuando me metí yo,  ¡¡¡¡aaaaaaahí va la fría!!!!  No comenzó a salir templada hasta que ya había terminado de ducharme, o sea que se la dejé calentita para Gabi Ruano, el de Malpartida. A ver si en la próxima lo consigo de verdad. 

O sea que Andrés, ve reservándome el dorsal  52 para la de 2015, para decir al que me pregunte que son los años que cumplo ese día y que me gusta celebrarlo de forma solidaria en Paradinas, aunque sea sin vino.

viernes, 17 de enero de 2014

Con K de Kiosco.





El juez clavó en él una mirada odiosa y al mismo tiempo llena de placer, como si ya viera al acusado subiendo los peldaños del patíbulo. —Ben Sullivan —bisbiseó—, se te acusa de haber tratado de robar los fondos al recaudador de contribuciones del Gobierno de este Estado. ¿Qué tienes que decir en tu defensa? —Que no pude robarle, señor. Yo ya metí la mano, pero no saqué ni un dólar. —¿Qué sacaste, entonces? —Una liga que el muy villano llevaba escondida en el bolsillo. —¿Qué...? —Sí, señor juez. Una liga de señorita muy adornada, color azul pálido, con las iniciales «D.L.» —¡Dora Latimer! —aulló el juez—. ¡Una liga de mi hija! La sala prorrumpió en aullidos y aplausos. La gente se subía a los bancos. Hubo uno que casi se colgó de la bandera de los Estados Unidos que obligatoriamente presidía la sala. Otro gritó: —¡Que enseñe la prueba del delito! ¡Que enseñe la prueba del delito! ¡Queremos verla! Latimer tuvo que imponer orden a golpes de martillo, unos golpes tan rabiosos que por poco se carga la mesa. Al fin logró imponer la paz.

Silver Kane. El templo de los pistoleros.


Hubo un tiempo en que la biblioteca era un reducto prácticamente reservado para los notables del lugar. Tenía ese aire de exclusividad de los casinos provincianos, incluso esa atmósfera de templo sacrosanto al que había que entrar en silencio absoluto, con la cabeza descubierta y mostrando el carnet de socio.

Hubo un tiempo en que en los bolsillos del pantalón no se encontraban Kleenex, ni teléfonos móviles, ni pendrives, en aquel tiempo los habitantes de los bolsos eran los pañuelos de tela, el paquete de tabaco, el mechero, y, en muchas ocasiones, una vieja y ajada novela de páginas amarillas que solía convivir en estrecho contacto con el resto de objetos. Tenían preferencia por el bolsillo trasero del pantalón, o el de la chaquetilla de trabajo, o los bolsos de solapa de las americanas. 


Y es que en aquel tiempo, tenía lugar un fenómeno lector de gran vitalidad. Pude ser testigo de ello en mi pueblo, en Peñaranda. Cada día, un continuo goteo de personas acudía a los kioscos de la plaza a cambiar la novela. El cambio de turno en la fábrica de calzado marcaba la hora de mayor afluencia de lectores. A esas horas, en las que la biblioteca estaba cerrada, los kioscos se convertían en dispensadores de lectura. Puede resultar paradójico, pero visto con perspectiva podemos concluir que cumplieron una labor cultural. Se nos escapa si fue de corto o de largo alcance, pero acorde con la precariedad de medios de aquellos años oscuros, logró crear, mantener y fomentar la afición a la lectura, y eso, además de indiscutible, es un hecho que deberíamos ser capaces de agradecer.


No tenemos ni idea de cuántos de aquellos lectores se pasaron a otro tipo de literatura, a otros libros, ni de los que no leyeron jamás otra cosa, lo que sabemos es que la lectura formaba parte de la vida cotidiana de una serie de personas a las que le resultaba difícil acceder a ella de otra manera, y que algunos de aquellos lectores permanecen fieles todavía hoy a la costumbre de leer e intercambiar novelas.

Con motivo de esta exposición, hemos podido rastrear y conocer a algunos de ellos, Anibal, (a decir de todos el más voraz lector de novelas del Oeste, del oeste peninsular), Mendore, Paco Bercial, Paco Martín, Paco López, Miguel Alfayate, Luis el Pardillo, Medes, Pedro Bernal, Manolo El colorao, Pepe Nieto, Remi Prieto, Sebas Salinero, Teodoro…; curiosamente, atrapados todos ellos por un solo género: la novela del oeste. La ciencia ficción, el misterio, las de espías o detectives no tuvieron muchos adeptos entre los peñarandinos. Se me escapan las razones de dicha preferencia. Solo he podido encontrar un lector que se decantara por la ciencia ficción, Pepe El huevero. Debe ser que los habitantes de esta tierra también nos sentimos pioneros de un territorio hostil, de un paisaje árido, de un terreno inmisericorde que no admite medias tintas; que no nos resulta muy lejana la imagen del cacique poderoso y abusón que piensa que todo se consigue a base de atemorizar al personal; ni la del llanero solitario y quijotesco que se enfrenta a las injusticias y que forma parte también de nuestra tradición literaria; y que no podemos dejar de sentir cierta afinidad por los tipos duros que se ganan la vida jugándose el pellejo por un amor, por una deuda, por una afrenta. Perteneciendo como pertenecemos, al lejano oeste peninsular, algo tendremos en común con aquellos pistoleros que resolvían a tiros sus diferencias.



En efecto, se notaba que Kelly acababa de entrar en la vida, aunque lo hubiera hecho con mal pie. En sus mejillas apenas había empezado a nacer la barba. En cambio los que le apuntaban eran hombres hechos y derechos. Vaqueros de postín. Gente que tenía un buen empleo, que dormía bajo techo y que comía todos los días. Kelly balbuceó: —Se lo suplico. Tengan piedad de mí.
El que parecía mandar el grupo susurró: —Para eso hemos venido, muchacho.
—¿Me llevarán a… a la ciudad?
—Claro.
—¿Cuándo?
—Mañana.
Kelly les miró asombrado, sin comprender. —¿Mañana? —exclamó—. ¿Mañana por qué? —Porque entonces ya te habrán comido los buitres —dijo el que acababa de hablar—. ¡Pobres! También ellos tienen el derecho a la vida. Y fue él quien disparó primero. Todo el cuerpo de Kelly se convulsionó. Alzó la cabeza. Les miraba con espanto, con incredulidad, sin comprender, sin querer todavía darse cuenta. Pero le estaban acribillando. Su cuerpo no era más que un pingajo sangriento cosido a balazos por todas partes. Los siete hombres lo vieron desplomarse. Luego aún siguieron disparando, hasta agotar por completo las cargas de sus rifles. Sólo entonces dieron media vuelta. Y sólo entonces miraron, a lo lejos, los puntos negros de los buitres.

Silver Kane: Ataúd para una mujer bonita


Dicen los entendidos que todas estas novelas eran iguales, que leída una, leídas todas, pero eso no es del todo cierto. Es verdad que tienen cosas en común: la ausencia de florituras descriptivas, de reflexiones profundas, de personajes muy elaborados, debido a que los temas, la longitud de la novela y las entregas a fecha fija venían impuestos por contrato, pero esa simplicidad aparente no puede hacernos olvidar la capacidad de seducción y de captar la atención del lector desde las primeras líneas, lo que desvela una gran destreza literaria, de de que en mayor o menor medida participan todos los autores. Cuenta Marcial Lafuente que en una  ocasión la editorial tenía preparado el título y la portada y con esas mimbres el autor tuvo que confeccionar el cesto. Si salir airoso de ese empeño no es de buenos escritores, que venga Dumas y lo vea.  

Pero, también tienen elementos diferenciadores:

El  primero es la portada. Unas llamativas portadas a todo color, que te introducían de un golpe de vista en el ambiente que encontrarías en el interior. Algunas de ellas resultan de gran interés artístico, son sugerentes y atractivas y pueden dar juego suficiente para diferentes estudios sobre la época. Son el alma de esta exposición como lo eran también de las novelas.

Otro, los títulos, unos títulos tremendamente descriptivos, que prometen una aventura peligrosa, o un drama, o un enigma. Los títulos atrapan al posible lector y le incitan a imaginar la historia que contienen. Resultan tan apasionantes como las portadas e igual de sugestivos que aquellas. Aquí va una muestra.

Ayer fui asesinado
Que me entierren donde caiga mi sombrero
El hombre que no era nadie
El planeta de las mujeres araña
Muy alto, muy rubio, muy muerto
Luna de miel con la muerte
Balas para un sheriff
Ataúd para una mujer bonita

Podemos distinguir aún otra diferencia, los personales estilos de los autores, del humor de Keith Luger, al rigor técnico de Silver Kane; de la desbordante imaginación de Curtis Garland, al minimalismo descriptivo y la acción sin tregua de Marcial Lafuente; de las asépticas tramas de  Zane Grey,  al elocuente anticomunismo de Carrados y John Lack.

La biblioteca pública permaneció siempre al margen de este fenómeno lector, tan denostado en los ambientes literarios y culturales, por lo que resulta impensable encontrar ejemplares de aquellas novelas en los anaqueles bibliotecarios. El circuito de lectura de la literatura popular se apoyaba en el kiosco, no en las bibliotecas, ensimismadas en aquella época, en un concepto exquisito y elitista de la cultura y la literatura, pero que por obra y gracia del marketing publicitario se dejaba colar lecturas que en muchas ocasiones tenían un nivel literario bastante más bajo que las despreciadas novelas de kiosco.

 

Afortunadamente, las bibliotecas hemos comprendido que hay que dar servicio a todos los públicos, a todos los niveles culturales, a todos los gustos y ahora podemos encontrar en sus estantes a autores como Ken Follett, Dan Brown, Nora Roberts, o Danielle Steell, representantes señeros de la actual literatura popular.

Eso es bueno para la lectura. En mi adolescencia pasé mejores ratos con El Coyote, que encontraba en los kioscos, que con el inspector Maigret que me ofrecía la biblioteca. No digo que Simenon fuese mejor escritor que Mallorquí, pero éste supo atraparme con su literatura mejor que aquél y desde luego se mostró más accesible. Por eso tengo que agradecer a El Coyote, entre otros, mi pasión juvenil por la lectura, que me llevaría al pasar de los años a otros autores menos populares como Kerouac, Kafka, Kundera o Kavafis, autores que llevan en su nombre, se habrán fijado, la K de kiosco, como para recordarme de donde proviene mi afición a la lectura.

 
 
¿Pero acaso importa eso? Cada uno lee lo que le apetece, y llega hasta donde puede o quiere llegar. A la hora del entretenimiento lector, cada cual tiene sus propios gustos y la lectura de evasión puede mantenerte atrapado toda una vida sin moverte del género, como aquel hidalgo que se volvió loco de tanto leer novelas de caballería; o sin moverte del autor: hemos podido conocer a algunos lectores fieles a Don Marcial Lafuente, y que nada más leen sus novelas;  otros a los que les gustaba la variedad temática y picar de todo un poco ya que oferta no faltaba: policiacas, de misterio, de ciencia ficción, de viajes, de aventuras exóticas, de piratas, de amor….; cualquier cosa que permitiera ampliar la realidad con otros horizontes, con otras vidas,  con otras historias, con otros paisajes, resultaba bienvenida: desde el pliego de cordel, a los folletines, de la novela por entregas a las truculentas historias de los seriales radiofónicos que sucedían casi siempre a mujeres obligadas a servir y humilladas por un señorito ricachón y calavera. Básicamente este era el argumento de las populares “radionovelas”. En una época en la que la televisión no estaba presente todavía en los hogares, la radio, junto a la lectura, entretenían las horas del ocio doméstico desde la posguerra al tardofranquismo.

¿Quién que pase del medio siglo no se acuerda de esto?  




Gozaban de gran celebridad el autor Guillermo Sautier Casaseca y las voces de los actores de radionovela, Juana Ginzo, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa o Matilde Vilariño.  Su popularidad permitió pasarlas a imágenes, convirtiéndose en fotonovelas, con una gran difusión entre amplios sectores de la población de nuestro país en aquellos años.  (Los parientes pobres, Lucecita, la fugitiva….)


Al fin y al cabo, tanto unos como otras, no dejan de ser una forma de expresión literaria puesta al alcance del gran público y que se va adaptando a los medios de cada época. Hoy son las telenovelas las que ocupan el tiempo de sobremesa de muchos hogares que aún prefieren las historias de ficción a las manipuladas y vergonzosas escenas televisadas de los que gustan de airear su vida privada y negociar con su propia intimidad.

Hoy es ayer en Peñaranda. Por eso queremos reavivar un fenómeno lector que aún permanece de forma testimonial y rendir homenaje a los lectores, a los autores, a los quiosqueros, a los dibujantes de tan coloristas portadas y a un género, el de la literatura popular, al que debemos el reconocimiento de haber sido capaz de mantener durante años la afición por lectura.  

Hoy, como ayer, nos seguimos dejando seducir por las historias de los libros.