miércoles, 15 de octubre de 2014

Murallas



Lo tengo cada vez más claro. Yo creo que me gusta correr por acabar. No importa la duración de la prueba, ni el kilometraje recorrido, ni el tiempo marcado, lo importante es llegar. Bueno, eso lo digo porque yo cada día tardo más en cubrir un kilómetro, pero eso no le resta ni un ápice de satisfacción al hecho de cruzar la meta, es más, creo que se lo añade. Si fuera un figura de esos que machacan los 21 Km en menos de hora y media, posiblemente hablaría de otra manera, pero mira por dónde, soy de ese montón que viene tardando entre los 106 y los 116 minutos, según tenga le día y según sea el recorrido, o sea que o me lo tomo con humor y sigo corriendo, o abandono las carreras y me pongo una dieta a base de forrajes variados. Y como de momento no tengo previsto dejar de comer matanza, me seguiré apuntando a correr medias maratones, alguna maratón de vez en cuando y cuantas carreras de 10 Km se celebren en el entorno en el que vivo y coincidan con mi agenda. Al fin y al cabo, salir a entrenarlas con mis compañeros del club es todo un placer, ya que son gente amigable, solidaria, divertida. De esos que te dan conversación, aunque a veces el resuello no me permita contestarles. Ya me conocen, si no respondo, aflojan el ritmo o me hablan del gobierno, lo que viene a tener casi el mismo efecto: me vuelvo locuaz, aunque ante lo segundo me transformo en un corredor indignado.


Además del placer de terminarlas, las carreras me están proporcionando la posibilidad de conocer gente interesante. Sin ir más lejos, el domingo en Ávila pude desvirtualizar con gran alegría a Ángel, más conocido en Twitter como @contadordeKm, teórico del #tractorismo aunque en la práctica es capaz de bajar de 5’ el Km en una media maratón, como hizo el otro día en Ávila. Enhorabuena. A ese ritmo abandona rápido el tractorismo y me tiene que nombrar a mi Sumo Sacerdote de esa disciplina. Creo que yo no conseguiré nunca bajar de 1,45' en la media maratón, ese tiempo es para mi una muralla tan inexpugnable como las de Ávila, aunque tampoco es algo que me preocupe, sobre todo si llevo unos compañeros de correrías tan solidarios como Chuchi y Ramón, que me esperaban cada vez que la cosa se ponía cuesta arriba, que por cierto, fueron unas cuantas. Pero como todo lo que sube acaba bajando (esto no es un axioma, ni es siempre cierto), el trazado nos daba un respiro de vez en cuando para poder recuperar el aliento y alcanzar a Ramón y Chuchi, que me animaban con la mención del suculento chuletón que nos esperaba tras la llegada. El caso es que salimos juntos y juntos entramos en meta. 

Lo que no termino de recuperar son las piernas tras tantos kilómetros de adoquín, de subir y bajar, de curvas y cambios de ritmo, es decir, lo que viene conociéndose como trazado rompepiernas.  Menos mal que el último kilómetro es una fantástica cuesta abajo. Sin duda ha sido la llegada más agradecida de todas las carreras en las que he participado, aunque para que no entrásemos con mucha alegría en meta, nos colocaron un requiebro de 90º a unos metros de la llegada, pero para entonces ya daba todo igual. Ya podíamos oler la plancha de Fidel el de Muñana, que no paraba de preparar mini hamburguesas de avileña. Al fondo se veían corredores con un vaso de cerveza en la mano. Solo esa visión reanima a cualquiera, pero si además te bebes tres cañas nada más llegar y te comes una pequeña ensalada de pasta y garbanzos, y un par de mini-hamburguesas y unas yemas de Ávila y un par de plátanos y unos trozos de naranja, pues no te da tiempo ni a estirar, ni siquiera a ponerte a la cola para que te den un masaje. Por cierto, algún día tengo que tener la paciencia suficiente para tal agasajo, puesto que no debe estar nada mal que te toquen las piernas. He de decir, sin embargo, que la cerveza me resultó riquísima, tan fresquita ella. Además era artesanal y hecha en Ávila. Tierra Vettona, se llama. http://www.tierravettona.es/ La probaré también sin haber corrido antes 21 Km a ver si pasa la prueba definitiva, aunque no creo equivocarme. O mientras una masajista me entona las piernas. No obstante le haré llegar unos frascos a mi amigo @o_fragha que es el experto en zumos de cebada.   

Me costó retirarme del grifo, he de confesarlo, pero me esperaban Manuel, Luismi, Pardi y Carmen y quería ducharme cuanto antes, puesto que tenía idea de quedarme a comer y dar un paseo con Carmen por la ciudad. Un autobús nos recogió en la zona de llegada y nos trasladó hasta el pabellón Carlos Sastre. Creo que es la tercera vez que llego al agua caliente de las duchas y eso es todo un logro para un corredor que practica el #tractorismo, aunque seguro que lo logré porque la gente se quedó entretenida con las cervezas y las hamburguesas y las yemas, y la fruta, y otra vez las cervezas..... Cuando ya estaba duchadito y limpio, en vez de oler a gel y colonia, me parecía percibir en mi mismo un intenso olor a gasolina, o a aguarrás.Tras las indagaciones resultó que era debido a la mochila que nos dieron a la llegada, al parecer con un tratamiento específico para arruinar el sabor de cualquier mini-hamburguesa que se hubiese colado en su interior. Ni lavándola se le fue el olor, es más, se lo contagió también a la camiseta conmemorativa que volvió a la lavadora, mientras la mochila iba a la basura. Expeditivo, como Ana Mato–perros. El caso es que era bonita. Escribiré a la organización a ver si me manda una mochila inodora para tener también ese recuerdo.

Me gustó mucho la carrera, que justifica sobradamente su epíteto de "monumental", aunque sigo pensando que lo mejor de todo es el final. Parece mentira que una ciudad tan pequeña dé tanto de sí, resulta increíble que pueda tener tantas iglesias y tan bonitas. De entre todas destaca la de San Vicente, una preciosa iglesia románica, con una galería porticada en uno de sus laterales, que la dan empaque y una fachada añadida posteriormente en estilo gótico. Pasamos también ante el convento de San José, la primera fundación de Teresa de Ávila. Palacetes, casas señoriales, blasones, torres, edificios civiles y religiosos construidos en piedra berroqueña que otorgan a Ávila ese aspecto sólido y austero, de otra época, que se refuerza aún más con el trazado de sus calles medievales, entre las que encontré una con mi nombre de Twitter, calle Bracamonte. No explico la historia porque si me enredo en asuntos históricos esta crónica perdería su carácter deportivo, o sea que lo dejo para otra ocasión.  




A cualquier corredor que esté indeciso por acudir puedo decirle que Ávila le dejará con la boca abierta. Al menos yo no puedo subir tantas cuestas con ella cerrada, si no quiero axfisiarme. Hay algunas cuestas de las que hacen daño, una en el kilómetro 5, y hacia mitad de carrera la que circunda la ciudad por su lienzo norte, esa que subían los ciclistas en los finales de etapa abulenses de la Vuelta a España, y otras muchas que te van minando poquito a poco y te obligan a abrirla aunque no quieras. Lo bueno es que puedes decir que la llevas abierta por la admiración que te produce la preciosa muralla que rodea la ciudad. En honor a la verdad, yo voy subiendo justito y en primera, o sea que no llevo el ánimo para admirar murallas, aunque lleve la boca abierta desde el kilómetro 5. Ya tendré tiempo después, tras el chuletón que me pregona Ramón desde unos metros más arriba, como para abrir boca, y que me da ánimos para rematar la subida. Tengo la sensación de que hoy estoy descubriendo Ávila por la boca, ya sea para respirar, para admirar, para degustar, para hablar, para comer, para beber, para besar...

Resulta sorprendente pasear por el adarve de una muralla que tiene casi 20 veces tu propia edad y que ha resistido orgullosa el paso de los siglos, pero lo que más impresiona es que haya sido capaz de soportar dos décadas de especulación urbanística desaforada. Estoy por asegurar que en ésta ocasión han sido un auténtico baluarte defensivo de sí mismas y han mantenido a raya la fiebre constructiva, que se ha acercado peligrosamente a sus puertas: Me refiero al polémico edificio que Moneo diseñó para el Mercado Grande, privando a los abulenses de unas maravillosas vistas al Valle Amblés y a las cercanas cumbres de Gredos. Una verdadera pena. Sin embargo, me parece loable es trabajo de reconstrucción de la muralla, que aconsejo visitar a todos los que pasen por la ciudad. Además, si has corrido la media maratón, te rebajan euro y medio. 
Lo dicho, una carrera preciosa, una buenísima organización, una ciudad alucinante, un día genial, un tiempo mediocre, el mío digo, (1 hora 53' tiempo oficial) porque el climatológico fue perfecto, una carrera para volver. No sería mal escenario para intentar un asalto, aunque sea en broma, a mi muralla personal de los 5 minutos por kilómetro. Lo mismo convenzo a alguien para el año que viene, aunque sólo sea por gozar de la bajada ininterrumpida de los últimos mil metros. Bueno, y de un chuletón de avileña con un vino de Cebreros. Si lo consigo, me espero al masaje. Siempre y cuando no den cerveza, claro.