miércoles, 4 de marzo de 2015

Por encima de mis posibilidades: Sevilla tuvo que ser.

Esta crónica quiere ser también un homenaje a todas aquellas personas que a base de constancia, tesón y esfuerzo son capaces de realizar cosas por encima de sus posibilidades, como por ejemplo, correr una maratón. Y no quiero señalar...

Si un adivino me vaticinase que de aquí a un par de años subiré el Everest sin oxígeno, pondría la misma cara que si hace cinco me hubiesen profetizado que lograría correr con cierta solvencia una maratón. Pues bien, hace unos días terminé con éxito la de Sevilla, mi segunda carrera en esa distancia mítica. Y lo hice con buenas sensaciones durante toda la carrera. No puedo decir que llegase fresco a la meta, pero sí que no terminé exhausto, ni vacío. De hecho, durante la tarde estuve paseando Sevilla durante otras cuatro horas, poco más o menos, las mismas que tardé en patearla por la mañana.  Y eso, para mí, que tengo 52 años, 83 kilos y una trayectoria antideportiva ejemplar, es un logro personal considerable.


Sólo los que corremos sabemos el trabajo que cuesta este deporte. Sólo quien se ha enfrentado a una maratón sabe lo duro que es entrenarla. Sin duda, peor que correrla. Sobre todo si tienes que prepararla en lo más crudo del invierno.  Esos días de modorra tras la digestión del cocido, arropado con las faldillas mientras fuera oyes soplar el viento, o ves el agua que golpea contra los cristales; o en los que el termómetro aconseja quedarse en el sillón porque el hielo no ha desaparecido de los charcos en todo el día; incorporarse y ponerse las zapatillas en momentos así para afrontar en solitario una salida de 90 minutos antes de que se haga de noche, tiene mucho mérito. 

En la salida.
Entrenar con agua, nieve, granizo, barro, un frío de mil demonios y sobre todo, con aire, maldito aire, que te va mermando las fuerzas, que te congela el sudor, que te frena, que te arrice de frío, que te agota, es casi una heroicidad. Ha habido un día, con Edu, en el que a falta de 3 Km para completar la tirada, ha comenzado a granizar y se ha levantado una fuerte ventisca. El granizo nos golpeaba la cara con fuerza, haciéndonos daño e impidiéndonos ver por dónde pisábamos. En menos de 5 minutos, la granizada nos puso como una sopa. Llegué a casa aterido de frío. Tengo la costumbre de aprovechar el primer agua de la ducha, esa que sale helada, para remojar y relajar las piernas, (ya sé que Cañete en ese tiempo se da una ducha completa, pero es que yo me ducho por encima de mis posibilidades), pero en aquella ocasión ese primer chorro de agua se me antojaba caliente: Imaginad cómo llevaba el cuerpo.  O la dureza de esas tiradas largas, en las que te das cuenta demasiado tarde que has elegido un mal camino, de esos que con humedad te cargan las zapatillas con más de un kilo de barro, haciéndote resbalar y poniendo a prueba tu capacidad de aguante; o la cantidad de veces en las que uno tiene que salir solo a entrenar, a veces a horas intempestivas porque no se ha podido antes. En fin, que cuando te ves en Sevilla, en la línea de salida, con otros 12.000 corredores, con la motivación por las nubes, a pesar de las dudas y las incertidumbres que plantean 42 Km por delante, con una temperatura de 9 grados sobre cero para comenzar y expectativas de llegar a 16, con el cielo azul y el sol de cara, piensas que seguramente, lo peor ya ha pasado. 
Por la Plaza de España
Tan solo queda disfrutar del momento. Bueno, eso se dice, pero disfrutar, lo que se dice disfrutar no es lo que más se hace en una carrera, aunque siendo tan larga uno pasa por diferentes estados físicos y anímicos. Mi preocupación principal consistía esta vez en no dejarme llevar por la euforia del momento, ni por la presión ambiental que te fuerza a correr más rápido del ritmo que te has marcado, que en mi caso consistía en hacer los primeros 10 Km en 1 hora y llegar a mitad de carrera en un par de horas. Este ritmo de rodaje me permitiría llegar con fuerzas al Km 30, en el que @gorkafm había quedado en incorporarse a la prueba para acompañarme los últimos kilómetros y a partir de allí, rematarla como pudiera. Los planteamientos de Manuel y Rony eran totalmente distintos a los míos, y es que aunque salimos juntos y corremos por el mismo circuito, cada uno compite en una liga, como dice @Lillomonte. Sólo hay que verlos.

Los tres intrépidos antes de correr.
Tuve que frenarme en varias ocasiones, en las que el rodar tranquilo me impelía a forzar un poco más la máquina. Aproveché cada avituallamiento para pararme a beber isotónico: Eso me obligó también a una parada técnica para desbeberlo. Comí un par de barritas y un par de plátanos. Incluso me atreví a probar,  ya en el 35, un gel de los que ofrecía la organización, porque el yogur con frutos secos que había desayunado por la mañana estaba ya amortizado. Caducado no, amortizado. Los caducados son los que desayuna Cañete, pero yo acostumbro a desayunar por encima de mis posibilidades. Caprichos.

En los 12 últimos kilómetros adelanté 1209 posiciones, posiblemente de gentes que se dejaron llevar por la alegría del comienzo. Fui capaz de mantener el ritmo hasta el 40, en el que Gorka me dejó prácticamente en el puente del Alamillo, para que viviese en solitario la experiencia de llegar a la meta. Su ayuda resultó esencial para mis pretensiones, porque me hizo muy llevadera la parte más crítica de la carrera, describiéndome cada monumento, cada calle, cada rincón, sin parar de darme ánimos, como buen amigo que es. Quiero mencionar también que puso el piso de sus padres a nuestra disposición, nos hizo de anfitrión y guía, y se portó como un auténtico caballero. 

No os engaño: Entré en meta rodeado de Keniatas.
Cuándo Gorka me dejó, me uní a un grupo de keniatas y no los solté hasta llegar a la meta, un poco desencajado y con las piernas duras como palitroques, pero henchido de orgullo y satisfacción. Como un rey, vamos. Orgulloso por no haber conocido el muro en esta ocasión, y satisfecho del planteamiento táctico de la carrera y por la motivación mental que me permitió acabarla sin problemas. ¡Ay,  si tuviera tanta fuerza en las piernas como en la cabeza!

Poco antes de entrar en el estadio, oí las voces de Carmen, mi mujer, y de Pardi y de Toñi y su marido que me jaleaban en los últimos metros. Me pudo la emoción y arranqué a llorar. Ya no pararía hasta cruzar la meta. De llorar, digo. Y de correr tampoco, que al fin y al cabo ya no quedaba nada. Entrar en el estadio a través de un túnel es una experiencia inigualable, como lo es pisar el tartán de la pista y recorrer por ella los últimos 300 metros.  La sensación es de las que no se olvidan. Una mezcla de cansancio, satisfacción, orgullo, euforia, emoción, recuerdos, alegría y dolor de piernas.  Eso sí es disfrutar. Según atravesábamos el arco de meta, los voluntarios nos colocaban una capa de plástico amarillo, con la que recibíamos nuestra merecida medalla de finalizadores. Como en una irreal escena de "Un mundo feliz" de Huxley, el túnel hacia el guardarropa parecía un ejército de amarillentos "epsilones", que caminaban con las piernas abiertas, a paso de procesión y balanceando ridículamente los cuerpos en busca del “soma” que se nos ofrecía en diferentes puntos (frutas, bebidas, algún alimento). Era todo un espectáculo, que no me paré a contemplar mucho tiempo puesto que sólo quería quitarme la camiseta sudada y encontrarme con Carmen y con los compañeros. Supe que Manuel había terminado en 2 horas 58’ y que Rony se había convertido por mor del tiempo marcado en el número pi del maratón, que es como la cuadratura del círculo: 3.14'16",  yo paré el cronometro en 4.07’58”.  Como no me gusta correr por encima de mis posibilidades, dejaré para otra ocasión lo de batir a Gebrselassie, de momento, tengo suficiente premio con acabar la prueba. 



Selfie del recién llegado a meta














Quiero dar las gracias a todos los que me han ayudado en esta aventura, en especial a mi mujer, que es la que más ha aguantado mis ausencias y mis molestias físicas, pero que me ha dado ánimos para continuar en la batalla, a mis compañeros del Club, por no dejarme solo en las tiradas largas, a Cristina, por darme pautas para que mis molestias en el metatarso no fueran a más, a Gorka, escudero imprescindible en lo más arduo del camino, anfitrión desinteresado y acogedor cicerone, a Pardi, fiel animador y animado acompañante, a Juan Alejo, sabio consejero , a Carmen, Vanessa y Susana por emocionarse con nuestras emociones, sufrir nuestros sufrimientos y alegrarse con nuestras alegrías.  También a la pequeña Daniela por lo que aguantó sin quejarse durante los dos días. Lo que no sé es qué pinta el impresentable de Cañete en esta crónica, si un hombre tan frugal y austero nunca habrá hecho nada por encima de sus posibilidades...