lunes, 21 de noviembre de 2016

Micología en San García

¡Cómo he disfrutado este fin de semana! No es sólo que haya podido dedicar el tiempo a una actividad que me gusta, es que he me ha sido posible hacerlo en compañía de gente que me quiere y a la que quiero y en un escenario emocionalmente incomparable para mi: San García de Ingelmos, el pueblo de mi madre y el lugar en el que he pasado muchos y felices momentos de infancia y juventud. El motivo, en esta ocasión, ha sido la invitación de la Asociación Salobre, a través de Julio, su presidente, para organizar unas jornadas micológicas, que se resolvieron con una gran participación de público. El viernes por la tarde, pude mostrarles una presentación de iniciación a la micología, con algunas recomendaciones y consejos que pudieran resultar útiles para la salida del día siguiente. En torno a una veintena de personas tuvieron a bien acudir a escucharme, cosa que les agradezco profundamente, especialmente a Adela, a Damián, con el que al día siguiente compartí comida, a mi amigo Antonio, a José Luis y Edu y a mi hijo Isaac. Aquí la dejo para que repase el que tenga interés en el tema. 

El sábado por la mañana nos tocaba recogida de ejemplares, para su posterior clasificación y montaje en una exposición efímera, como corresponde a la naturaleza del material, pero no por eso menos rigurosa. Nos juntamos unas 25 personas que recorrimos diferentes hábitats a lo largo de la mañana: robledal, praderas, pinar, ribera, chopera y encinar. A pesar de la escasez de lluvias y del terreno seco, todavía pudimos clasificar unas 50 especies diferentes y sobre todo, pasar una deliciosa y soleada mañana en el campo, con grata compañía y con una sorpresa añadida: De regreso al pueblo, Edu y sus chicos, que forman el grupo La Caraba, nos estaban esperando para amenizar la llegada con música tradicional de dulzaina, gaita y tamboril. 

Siguieron tocando durante la comida. Creo que es un gesto desinteresado, altruista, generoso e impagable. Durante unas horas San García se llenó de gente, de música, de algarabía, de movimiento. Un gustazo. Otra agradable sorpresa fueron las patatas meneás que preparó para todos Carmen Blázquez Salinero, con sus torreznos correspondientes y que a todos nos supieron a gloria. El flan casero con nata alcanzó la categoría de sublime, a mi parecer. Tras la comida, y con la inestimable ayuda de Lillo, de Juan Carlos, de Mónica y de Carmen, pudimos dejar lista la exposición como colofón de la jornada y para disfrute de aficionados o curiosos que quisieron acercarse durante todo el domingo. Para la clasificación pude contar, aunque fuese de forma online, con la sabiduría micológica de Tino Huidobro, que me ilustró sobre algunas especies que yo no acertaba a identificar.


No faltaron más detalles, puesto que en nombre de la Asociación Salobre, Julio me hizo entrega de un queso y una botella de vino, gesto que agradezco profundamente, a pesar de sentirme más que pagado con el cariño, los recuerdos, los abrazos y la compañía de tantos amigos y familiares como los que me precio de tener en este pueblo. Mi pueblo. 


Gracias a todos por un fin de semana inolvidable. Encantado y feliz de haberlo pasado y disfrutado con todos vosotros.

martes, 27 de septiembre de 2016

Autorretrato lingüistico


Texto que escribí a petición de mi querida Mercedes Ruiz @londones para celebrar el Día Europeo de las Lenguas, que se celebra el 26 de septiembre y que Mercedes publicó en el sitio web http://diaeuropeolenguas2010.blogspot.com.es 




Soy castellano. Lingüisticamente,  castellano viejo. Genealógicamente no lo creo, puesto que el color morucho de mi piel remite a posibles antepasados mudéjares, de los muchos que vivían en estas tierras aledañas a La Moraña, que no es otra cosa que “tierra de moros”.  Digo esto por poneros en situación y por tratar de encontrar una explicación lógica a mi gusto por las palabras que comienzan con al-, como aljibe, alquitara, alacena, alambique, albillo, alcoba, algazara, almíbar, almohada, almuerzo (aunque esta es de origen latino), alubias y algunas otras similares que evocan alegrías y pitanzas.  Hecha esta apreciación, quiero aclarar ahora eso de que soy castellano viejo en la cosa de la lengua. Lo digo porque aprendí a hablar con los dichos y expresiones del campo, del ambiente rural y agrario, de la gente vieja de los pequeños pueblos de esta Castilla mísera. Además, como hijo de esta tierra, soy leísta, o laísta, o loísta, que no lo sé con certeza, aunque tampoco puede decirse que tal cosa me quite el sueño. 
Mis antecedentes rurales me pusieron en contacto con una forma de hablar que durante unos años me avergonzó. Ya se sabe, me parecía paleta y anticuada.  Crecí en un idioma  que se sustentaba en el vocabulario de los aperos  y las labores de la tierra y en  los dichos y refranes que mi padre utilizaba para reforzar sus argumentaciones.  Aún hoy conservo esa costumbre y me gusta tuitear un refrán todos los días con la etiqueta #refranero. Recuerdo también oírle cantar canciones que hablaban de oficios perdidos, costumbres o personajes de cada  pueblo:  En Coca vive el tío Pepe, el de la panza pequeña, se puso a comer garbanzos, se comió fanega y media. En Macotera tratantes, de la lana blanca y negra...  A ver si se me ocurre algo para llevarlo también al Twitter….
 En mi casa se llamaban arvejones a los guisantes, albañal al desagüe, zolacha a la azuela,  garrapo al cerdo, bieldo a la horca, bujero al hoyo, faldriquera al monedero; fardel, costal, mancera, cedazo, romana, garrobas, arnero, modorro, eran términos familiares que me alejaban de mis compañeros de clase que se mofaban de tal vocabulario porque ellos ya usaban estuches de plexiglás, en lugar de plumieres de madera y tenían en su casa sillones de skay en vez de sillas de espadaña, y usaban loden en lugar de angüarinas y llevaban gafas Rayban, y llamaban plato al tocadiscos y bafles a los altavoces, mientras yo trataba de integrarme en un lenguaje que me resultaba increíblemente moderno comparado con el que usaban mi abuelo y mis padres.  En contraste, y por parecer un mozalbete enterado y culto, comencé a memorizar expresiones latinas del  tipo Quo usque tándem abutere Catilina patientia nostram,  diálogos de personajes de novela y diversos párrafos literarios que memorizaba completos y que me servían para sorprender a esos que me tildaban de pueblerino. ¿Qué se creían? Exhibíanse politiquillos zafios con orejas kilométricas y uñas de gavilán, era una de ellas, (de rabiosa actualidad, ¡ahora que caigo…!), Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a cuantos de la apacibilidad de su vivienda han gustado,  frase versátil y aplicable a cualquier pueblo o ciudad con tal solo cambiar el comienzo y que me permitía quedar bien con todo el mundo, o La razón de la sinrazón que a mi razón se hace de tal manera que mi razón enflaquece que con razón me quejo de la vuestra fermosura, útil en el galanteo y cosas así. El hecho es que esa voluntad de alejarme de mis orígenes lingüísticos me condujo a un mundo de abundantes lecturas, que logró ampliar mi vocabulario y abrirme las entendederas. 
Sin embargo, hay un elemento lingüístico que va adherido “de serie” a cada hablante y que desvela nuestros orígenes geográficos. Es algo de lo que no puedes despegarte nunca, así estudies el español como lengua vehicular, o seas jurista, labrador, ministro, políglota o astronauta. Me refiero al acento. El mío es el propio de la zona en la que me he criado, meseteño y un tanto cantarín y pueblerino por el hecho de que alargo mucho las vocales. Hubo un tiempo en el que traté de disimularlo, pero ahora me gusta. Además, me sirve para despistar al personal sobre mi lugar de origen ya que esa forma de hablar se asemeja a la de los gallegos, o más bien a la de los asturianos. A veces me dicen, ¿eres de Asturias? , -Si. -¿Y de que parte de Asturias?  -Del mismo Asturias.
Pasada la edad de la tontuna, comencé a ver en los autores clásicos algunas de las expresiones que usaba mi abuelo y a darme cuenta de que lo que yo pensaba que eran cosas de paletos, habían sido expresiones cultas en otro tiempo, o tenían por detrás una interesante etimología, o eran palabras en desuso, o arcaísmos que nos aclaraban la evolución de algunas locuciones.  Y que los refranes son píldoras de sabiduría popular, que te ayudan a recordar fechas, tareas, o te hablan del tiempo o de la condición humana, y que Cervantes eligió esa forma de expresión, que ponía constantemente en boca de Sancho, pero también de Don Quijote, para legarnos el habla y el pensamiento de la época.  Y que las canciones tradicionales eran aún en mi niñez un vestigio vivo de la transmisión oral del conocimiento.
Lo que son las cosas, ahora me satisface recordar y utilizar palabras que aprendí entonces y que están moribundas por su falta de uso. Digamos que había que estar muy modorro para no haber visto antes que somos depositarios de un acervo cultural que hemos de difundir y conservar. Y es que como me decía mi abuelo, siempre he sido un testarrón, aunque eso era antes, ahora en todo caso soy un obstinado, que es mucho más fino,  ¡ande vas a contimparar….!

sábado, 6 de febrero de 2016

Plasencia: más que una media.



En la salida. Frescos, sonrientes, con las fuerzas intactas.

La Media Maratón de Plasencia no es una más. Tiene carácter, personalidad y un trazado precioso y entretenido en el que se alternan tramos de tierra y de asfalto. Discurre en gran parte de su recorrido  a orillas del Río Jerte desde el que se contemplan en algunos momentos las cumbres de Gredos, poco nevadas en este año de primaveral invierno. Resulta especialmente agradable transitar por La Isla, parque fluvial cercano al centro de la ciudad,  repleto de árboles y un auténtico vergel para los que llegamos desde las tierras áridas de la meseta.  

Por La Isla. Flanqueado por Maxi y David (427 y 99)
Los primeros kilómetros se corren, como suele suceder, pasados de vueltas, sobre todo en la bajada hacia el río. Se llega a mitad de carrera casi en un suspiro gracias a un perfil ligeramente favorable, las ganas y el buen ambiente. En realidad, es en ese punto cuando uno sabe cómo se encuentra. Si en el 11 estás mejor que en la salida, es que el día puede resultar favorable para hacer una buena marca. Si, por el contrario llegas apretado, lo más razonable sería aflojar el ritmo y tratar de trasladar el comienzo del calvario lo más cerca de la meta que se pueda. Digamos que mis aguerridos escoltas en esta prueba, Maxi Albarrán, con el que entreno habitualmente, ya que como él dice, “hacemos buena yunta” por nuestros ritmos similares y una condición física y mental muy parecida,  y David Oliver, el avezado maratoniano con el que corrí el último tramo de la MM de Navalmoral de 2013, en la que conseguí gracias a él, mi mejor marca personal en una media, me llevaron a un ritmo vivo desde el comienzo. En ocasiones me costaba seguirlos, pero aflojaban la marcha y volvíamos a cabalgar juntos, aunque estaba claro desde el primer avituallamiento que era el más débil de los tres, el que más resoplaba y el que maduraba más deprisa. No obstante, fueron kilómetros de charla amena y de enorme satisfacción. Ponerte al día, escuchar el golpeteo de las zapatillas en el suelo, acoplar el ritmo al de los compañeros hasta sincronizar los pasos de forma inconsciente, notar que el corazón se acelera y que la respiración se agita, pero sentirte cómodo corriendo…..Esas sensaciones a veces contradictorias son la esencia de quienes tenemos esta afición y difícilmente pueden ser comprendidas por alguien que no las ha experimentado. 

Buena yunta
Puente de piedra sobre el Jerte. Comienza la parte dura
Pude acompañar a Maxi y a David, gracias a su generosidad, hasta el Km 18. “Cada uno que se las arregle como pueda a partir de aquí” les dije. Y así fue. En cuanto el terreno se puso cuesta arriba, yo fui entrando en barrena. Lo cierto es que la primera rampa es demoledora: te rompe el ritmo, te sube las pulsaciones y como no regules se convierte en un obstáculo insalvable. Detrás de la primera vienen otras cuestas y también requiebros por las callejas de Plasencia, y pavimentos duros de canto rodado y de granito. Sálvese quien pueda. Yo, desde luego, no podía. Cuando las cuestas se empinan, la carrera es implacable con los que flojean. Tras de mí podía sentir los jadeos casi agónicos de otro corredor que aún tuvo fuerzas para gritar a alguien del público: “Esto es inhumano”. Yo, bastante tenía con luchar contra el deseo de pararme. Tenía que llegar a meta corriendo, entre otras cosas para acabar cuanto antes con el sufrimiento y el dolor de piernas.
Interminable. Así se me hizo la parte final de la carrera. Ya en la recta de meta, Carmen avanzó entre el público para ofrecerme llevar a la pequeña Lucía, la hija de Tony, un compañero del club hasta la línea de llegada. No me atreví a hacerlo por temor a que la niña se me cayera de los brazos, tal era el lamentable estado en el que terminé la carrera. Como muestra diré que en estos tres últimos kilómetros, mis compañeros me aventajaron en 3’. Menudo pajarón. Pero en eso reside también la adicción a este deporte, en la dureza, en el esfuerzo, en sentir el cansancio en el cuerpo, en la superación personal y sobre todo, en la lucha psicológica contra uno mismo, que te forja el carácter y la determinación y te fortalece mentalmente, sobre todo si desde el público alguien con una enorme barriga y un puro en la boca te grita que no puedes con los cojones. Cierto. Pero imaginarlo a él en la misma tesitura me hizo sonreír en tan delicado momento. 


Cuanto más inclemente haya sido el trayecto, mayor es la satisfacción de lograr terminarlo. Por eso siempre sonrío en las llegadas y procuro hacerlo también durante el trayecto, aunque vaya justito. Al fin y al cabo, corro para disfrutar de ello, aunque en casi todas las carreras me toque sufrir. 

José Luis y Tony
Rony quemando brócoli en la subida
Por lo demás, el día resultó magnífico en lo climático, inolvidable en lo social, novedoso en lo gastronómico e inigualable en lo artístico.  Mira que los conozco, pero Puerto y Cai siempre acaban sorprendiéndome con su entregada hospitalidad. Pendientes de nosotros desde antes de que llegásemos y dedicados íntegramente a nuestras necesidades hasta que nos volvimos a casa. Mi agradecimiento hacia ellos sólo puedo expresarlo mediante el cariño que los profeso a ambos. Tuve ocasión, además de volver a saludar a Mireya y Angélica, hermanas de Puerto y al igual que ella, amables y atentas con todos nosotros; a Antonio, con el que me comprometí a correr la Media de Monfragüe en el mes de octubre. A ver si puedo convencer a alguno de los que me acompañaron y que, al igual que yo, volvieron encantados con la carrera, con el trato recibido y con la ciudad. Fue un auténtico placer volver a correr con José Luis Paradinas, que nos tenía abandonados últimamente, acompañar a Tony a su primera media oficial y ver que Álvaro no ha perdido ligereza gracias al brócoli. Aunque en carrera no los huelo, es una gozada llevar tan excelente compañía. A ver si cunde el ejemplo y nos prodigamos más en salidas conjuntas. Y por último, no quiero acabar esta crónica,  sin hacer mención a las pequeñas Lucía y Daniela, que aguantaron sin rechistar todo el día. Y como no, a Paula, que redescubrió asombrada la ciudad en la que nació. Para cualquiera de los que tuvimos ocasión de estar allí el domingo, la Media Maratón de Plasencia no es una más. Seguro.

El grupo