sábado, 6 de febrero de 2016

Plasencia: más que una media.



En la salida. Frescos, sonrientes, con las fuerzas intactas.

La Media Maratón de Plasencia no es una más. Tiene carácter, personalidad y un trazado precioso y entretenido en el que se alternan tramos de tierra y de asfalto. Discurre en gran parte de su recorrido  a orillas del Río Jerte desde el que se contemplan en algunos momentos las cumbres de Gredos, poco nevadas en este año de primaveral invierno. Resulta especialmente agradable transitar por La Isla, parque fluvial cercano al centro de la ciudad,  repleto de árboles y un auténtico vergel para los que llegamos desde las tierras áridas de la meseta.  

Por La Isla. Flanqueado por Maxi y David (427 y 99)
Los primeros kilómetros se corren, como suele suceder, pasados de vueltas, sobre todo en la bajada hacia el río. Se llega a mitad de carrera casi en un suspiro gracias a un perfil ligeramente favorable, las ganas y el buen ambiente. En realidad, es en ese punto cuando uno sabe cómo se encuentra. Si en el 11 estás mejor que en la salida, es que el día puede resultar favorable para hacer una buena marca. Si, por el contrario llegas apretado, lo más razonable sería aflojar el ritmo y tratar de trasladar el comienzo del calvario lo más cerca de la meta que se pueda. Digamos que mis aguerridos escoltas en esta prueba, Maxi Albarrán, con el que entreno habitualmente, ya que como él dice, “hacemos buena yunta” por nuestros ritmos similares y una condición física y mental muy parecida,  y David Oliver, el avezado maratoniano con el que corrí el último tramo de la MM de Navalmoral de 2013, en la que conseguí gracias a él, mi mejor marca personal en una media, me llevaron a un ritmo vivo desde el comienzo. En ocasiones me costaba seguirlos, pero aflojaban la marcha y volvíamos a cabalgar juntos, aunque estaba claro desde el primer avituallamiento que era el más débil de los tres, el que más resoplaba y el que maduraba más deprisa. No obstante, fueron kilómetros de charla amena y de enorme satisfacción. Ponerte al día, escuchar el golpeteo de las zapatillas en el suelo, acoplar el ritmo al de los compañeros hasta sincronizar los pasos de forma inconsciente, notar que el corazón se acelera y que la respiración se agita, pero sentirte cómodo corriendo…..Esas sensaciones a veces contradictorias son la esencia de quienes tenemos esta afición y difícilmente pueden ser comprendidas por alguien que no las ha experimentado. 

Buena yunta
Puente de piedra sobre el Jerte. Comienza la parte dura
Pude acompañar a Maxi y a David, gracias a su generosidad, hasta el Km 18. “Cada uno que se las arregle como pueda a partir de aquí” les dije. Y así fue. En cuanto el terreno se puso cuesta arriba, yo fui entrando en barrena. Lo cierto es que la primera rampa es demoledora: te rompe el ritmo, te sube las pulsaciones y como no regules se convierte en un obstáculo insalvable. Detrás de la primera vienen otras cuestas y también requiebros por las callejas de Plasencia, y pavimentos duros de canto rodado y de granito. Sálvese quien pueda. Yo, desde luego, no podía. Cuando las cuestas se empinan, la carrera es implacable con los que flojean. Tras de mí podía sentir los jadeos casi agónicos de otro corredor que aún tuvo fuerzas para gritar a alguien del público: “Esto es inhumano”. Yo, bastante tenía con luchar contra el deseo de pararme. Tenía que llegar a meta corriendo, entre otras cosas para acabar cuanto antes con el sufrimiento y el dolor de piernas.
Interminable. Así se me hizo la parte final de la carrera. Ya en la recta de meta, Carmen avanzó entre el público para ofrecerme llevar a la pequeña Lucía, la hija de Tony, un compañero del club hasta la línea de llegada. No me atreví a hacerlo por temor a que la niña se me cayera de los brazos, tal era el lamentable estado en el que terminé la carrera. Como muestra diré que en estos tres últimos kilómetros, mis compañeros me aventajaron en 3’. Menudo pajarón. Pero en eso reside también la adicción a este deporte, en la dureza, en el esfuerzo, en sentir el cansancio en el cuerpo, en la superación personal y sobre todo, en la lucha psicológica contra uno mismo, que te forja el carácter y la determinación y te fortalece mentalmente, sobre todo si desde el público alguien con una enorme barriga y un puro en la boca te grita que no puedes con los cojones. Cierto. Pero imaginarlo a él en la misma tesitura me hizo sonreír en tan delicado momento. 


Cuanto más inclemente haya sido el trayecto, mayor es la satisfacción de lograr terminarlo. Por eso siempre sonrío en las llegadas y procuro hacerlo también durante el trayecto, aunque vaya justito. Al fin y al cabo, corro para disfrutar de ello, aunque en casi todas las carreras me toque sufrir. 

José Luis y Tony
Rony quemando brócoli en la subida
Por lo demás, el día resultó magnífico en lo climático, inolvidable en lo social, novedoso en lo gastronómico e inigualable en lo artístico.  Mira que los conozco, pero Puerto y Cai siempre acaban sorprendiéndome con su entregada hospitalidad. Pendientes de nosotros desde antes de que llegásemos y dedicados íntegramente a nuestras necesidades hasta que nos volvimos a casa. Mi agradecimiento hacia ellos sólo puedo expresarlo mediante el cariño que los profeso a ambos. Tuve ocasión, además de volver a saludar a Mireya y Angélica, hermanas de Puerto y al igual que ella, amables y atentas con todos nosotros; a Antonio, con el que me comprometí a correr la Media de Monfragüe en el mes de octubre. A ver si puedo convencer a alguno de los que me acompañaron y que, al igual que yo, volvieron encantados con la carrera, con el trato recibido y con la ciudad. Fue un auténtico placer volver a correr con José Luis Paradinas, que nos tenía abandonados últimamente, acompañar a Tony a su primera media oficial y ver que Álvaro no ha perdido ligereza gracias al brócoli. Aunque en carrera no los huelo, es una gozada llevar tan excelente compañía. A ver si cunde el ejemplo y nos prodigamos más en salidas conjuntas. Y por último, no quiero acabar esta crónica,  sin hacer mención a las pequeñas Lucía y Daniela, que aguantaron sin rechistar todo el día. Y como no, a Paula, que redescubrió asombrada la ciudad en la que nació. Para cualquiera de los que tuvimos ocasión de estar allí el domingo, la Media Maratón de Plasencia no es una más. Seguro.

El grupo