Texto que escribí a petición de mi querida Mercedes Ruiz @londones para celebrar el Día Europeo de las Lenguas, que se celebra el 26 de septiembre y que Mercedes publicó en el sitio web http://diaeuropeolenguas2010.blogspot.com.es
Soy castellano. Lingüisticamente, castellano viejo. Genealógicamente no lo creo, puesto que el color morucho de mi piel remite a posibles antepasados mudéjares, de los muchos que vivían en estas tierras aledañas a La Moraña, que no es otra cosa que “tierra de moros”. Digo esto por poneros en situación y por tratar de encontrar una explicación lógica a mi gusto por las palabras que comienzan con al-, como aljibe, alquitara, alacena, alambique, albillo, alcoba, algazara, almíbar, almohada, almuerzo (aunque esta es de origen latino), alubias y algunas otras similares que evocan alegrías y pitanzas. Hecha esta apreciación, quiero aclarar ahora eso de que soy castellano viejo en la cosa de la lengua. Lo digo porque aprendí a hablar con los dichos y expresiones del campo, del ambiente rural y agrario, de la gente vieja de los pequeños pueblos de esta Castilla mísera. Además, como hijo de esta tierra, soy leísta, o laísta, o loísta, que no lo sé con certeza, aunque tampoco puede decirse que tal cosa me quite el sueño.
Mis antecedentes rurales me
pusieron en contacto con una forma de hablar que durante unos años me
avergonzó. Ya se sabe, me parecía paleta y anticuada. Crecí en un idioma que se sustentaba en el vocabulario de los
aperos y las labores de la tierra y
en los dichos y refranes que mi padre
utilizaba para reforzar sus argumentaciones. Aún
hoy conservo esa costumbre y me gusta tuitear un refrán todos los días con la
etiqueta #refranero. Recuerdo también oírle cantar canciones que hablaban de oficios perdidos,
costumbres o personajes de cada
pueblo: En Coca vive el tío Pepe, el de la panza pequeña, se puso a comer
garbanzos, se comió fanega y media. En Macotera tratantes, de la lana blanca y
negra... A ver si se me ocurre algo
para llevarlo también al Twitter….
En mi casa se llamaban arvejones a los
guisantes, albañal al desagüe, zolacha a la azuela, garrapo al cerdo, bieldo a la horca, bujero
al hoyo, faldriquera al monedero; fardel, costal, mancera, cedazo, romana, garrobas, arnero, modorro, eran términos familiares que me alejaban de
mis compañeros de clase que se mofaban de tal vocabulario porque ellos ya usaban
estuches de plexiglás, en lugar de plumieres de madera y tenían en su casa
sillones de skay en vez de sillas de espadaña, y usaban loden en lugar de angüarinas y llevaban gafas Rayban, y llamaban
plato al tocadiscos y bafles a los altavoces, mientras yo trataba de integrarme
en un lenguaje que me resultaba increíblemente moderno comparado con el que
usaban mi abuelo y mis padres. En
contraste, y por parecer un mozalbete enterado y culto, comencé a memorizar
expresiones latinas del tipo Quo usque tándem abutere Catilina patientia
nostram, diálogos de personajes de
novela y diversos párrafos literarios que memorizaba completos y que me servían
para sorprender a esos que me tildaban de pueblerino. ¿Qué se creían? Exhibíanse politiquillos zafios con orejas
kilométricas y uñas de gavilán, era una de ellas, (de rabiosa actualidad,
¡ahora que caigo…!), Salamanca, que
enhechiza la voluntad de volver a ella a cuantos de la apacibilidad de su
vivienda han gustado, frase versátil
y aplicable a cualquier pueblo o ciudad con tal solo cambiar el comienzo y que
me permitía quedar bien con todo el mundo, o La razón de la sinrazón que a mi razón se hace de tal manera que mi
razón enflaquece que con razón me quejo de la vuestra fermosura, útil en el
galanteo y cosas así. El hecho es que esa voluntad de alejarme de mis orígenes
lingüísticos me condujo a un mundo de abundantes lecturas, que logró ampliar mi
vocabulario y abrirme las entendederas.
Sin embargo, hay un elemento
lingüístico que va adherido “de serie” a cada hablante y que desvela nuestros
orígenes geográficos. Es algo de lo que no puedes despegarte nunca, así
estudies el español como lengua vehicular, o seas jurista, labrador, ministro,
políglota o astronauta. Me refiero al acento. El mío es el propio de la zona en
la que me he criado, meseteño y un tanto cantarín y pueblerino por el hecho de
que alargo mucho las vocales. Hubo un tiempo en el que traté de disimularlo, pero
ahora me gusta. Además, me sirve para despistar al personal sobre mi lugar de
origen ya que esa forma de hablar se asemeja a la de los gallegos, o más bien a
la de los asturianos. A veces me dicen, ¿eres de Asturias? , -Si. -¿Y de que
parte de Asturias? -Del mismo Asturias.
Pasada la edad de la tontuna,
comencé a ver en los autores clásicos algunas de las expresiones que usaba mi
abuelo y a darme cuenta de que lo que yo pensaba que eran cosas de paletos,
habían sido expresiones cultas en otro tiempo, o tenían por detrás una
interesante etimología, o eran palabras en desuso, o arcaísmos que nos
aclaraban la evolución de algunas locuciones.
Y que los refranes son píldoras de sabiduría popular, que te ayudan a
recordar fechas, tareas, o te hablan del tiempo o de la condición humana, y que
Cervantes eligió esa forma de expresión, que ponía constantemente en boca de
Sancho, pero también de Don Quijote, para legarnos el habla y el pensamiento de
la época. Y que las canciones
tradicionales eran aún en mi niñez un vestigio vivo de la transmisión oral del
conocimiento.
Lo que son las cosas, ahora me
satisface recordar y utilizar palabras que aprendí entonces y que están
moribundas por su falta de uso. Digamos que había que estar muy modorro para no
haber visto antes que somos depositarios de un acervo cultural que hemos de
difundir y conservar. Y es que como me decía mi abuelo, siempre he sido un
testarrón, aunque eso era antes, ahora en todo caso soy un obstinado, que es
mucho más fino, ¡ande vas a contimparar….!
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